✍️ Escribe: Néstor Díaz
—¡Jamás se ha visto en el Perú un volante tan poderoso! ¡De los de ahora ni hablemos, amigo!— Alcanza a decir un señor de barba blanca, que expende cerveza a las afueras del coloso de La Victoria. Se refiere al tridente: Cueto, Velázquez y Cubillas. Los cuales desplegaron magia, garra, pasión, al mismo tiempo que movían la redonda en el gramado con sutiles pases “como con la mano”, inventores de una huella imborrable con marca peruana en la mitad de la cancha.
A medida que el match empieza a calentar, los tres se juntan y conversan; para los rivales, esa “reunión” es un presagio de lo que va a ocurrir: un baile elegante por parte de César Cueto, movimientos, enganches, tiros libres exquisitos de Teófilo Cubillas, pierna al límite del reglamento y liderazgo de José Velázquez. Aunque los tres contaban con tales cualidades combinadas, incluyendo el gol. El partido es resuelto con solo su presencia, al defender la rojiblanca sin privilegios, sin las condiciones con las que cuentan ahora nuestros futbolistas (incluidos dirigentes) que fueron de “turismo” en las últimas fechas de las eliminatorias.
Ellos no necesitaban dádivas, vuelos en primera clase, hoteles de lujo, chimpunes personalizados o estilistas para salir bonitos en las fotos. Solo les era necesario observar el escudo en su pecho y luchar hasta el pitazo final. El aplauso y estima de la afición es su mejor e invalorable recompensa.
En el otoño de 1978, Marcos Calderón no se equivocó en llevar al Mundial de Argentina al tridente de oro de la selección rojiblanca. El partido de primera fase frente a Escocia es memorable; se despliega la danza con sabor a gloria. Tras el derribe a Juan Carlos Oblitas a unos metros del área, se genera el tiro libre nunca visto en un mundial: el “Nene” ejecuta y golpea la pelota con tres dedos, la cual viaja de afuera hacia dentro, despidiéndose de la frondosa barrera por el lado derecho y se clava cerca al palo, bajando las telarañas.
¡Un golazo! Consagra el 3-1 final para la selección peruana, ante las miradas perplejas de los europeos. El “Nene” convierte 5 dianas en aquel mundial, el “patrón” un gol, el “poeta de la zurda” otro. La revista El Gráfico los alinea dentro del equipo ideal en la fase de grupos. Y, por si fuera poco, el mismo Pelé ya había designado a Cubillas como su sucesor en el mundial del 70. ¿Algo más se podría pedir?
Dentro de otras hazañas, la volante de ensueño conquista la Copa América 1975 y el bicampeonato nacional del 77 y el 78 con el club de sus amores, Alianza Lima; los mismos barren a sus rivales de turno en las eliminatorias rumbo al mundial rioplatense.
Es imprescindible, además, conocer sus orígenes en el césped. César Cueto Villa se inicia a los nueve años en su barrio de Diana en el Rímac en 1962, en un equipo nombrado Alejandro Ríos; lo dirige su vecino: Miguel Company. Debuta en el cuadro íntimo a los dieciséis años, en el cual es clave para “aceitar” su zurda y convertirla en leyenda.
Teófilo Juan Cubillas Arizaga da sus primeros toques al balón en el Huracán Boys de Puente Piedra, para posteriormente enrolarse en el equipo blanquiazul, donde se consolida como inamovible. José Manuel Velásquez Castillo dio sus primeros pasos en el San Luis de Cañete, para luego ser invitado por el Cholo Castillo (formador de menores de Alianza Lima) y proseguir la misma historia que sus colegas.
Logros, éxitos, calidad, que se complementan y no caben en estas humildes líneas; ya que esta prodigiosa y letal volante merece más que palabras, sino homenajes, solidaridad, para identificar cada fecha a los que plasmaron nuestra identidad futbolística que, un día no lejano, seguro que germinará nuevamente. Sin importar el color de nuestro equipo preferido.
A nivel de clubes internacionales, César Cueto brilla en Colombia y es un ídolo hasta hoy del pueblo cafetero. En 1981, con el Atlético Nacional de Medellín, gana el título, en el cual se consagra como capitán, conductor y goleador para finalmente ser el mejor jugador del campeonato. Tres años después, triunfa igual con el América de Cali, y se convierte en más que un referente, sino que se mete en los corazones colombianos para toda la vida.
José Velázquez juega del mismo modo en Colombia, en el Deportivo Independiente Medellín, donde se encuentra en la cancha con el “poeta”. Su talento para quitar pelotas como en una batalla y contagiar de temperamento a sus compañeros lo catapultan como el dueño del camerino. En la temporada 1980-1981 desplaza su técnica en el Toronto Blizzard de Canadá, donde da clases con los dos pies y cuando se tiene que guapear, lo hace sin tapujos.
Por su parte, Teófilo Cubillas aterriza en Suiza en 1973, precisamente en el Basilea. El millonario suizo Ruedi Reisdorf quedó encantado con su estilo de juego y no lo dejaba ir, al máximo que llegan las ofertas del AC Milán, FC Barcelona y Real Madrid.
Entonces, en una lluviosa mañana, deciden negociar con el FC Oporto; es el escape triunfal en Europa para el peruano. En Portugal se mantiene tres temporadas en la cúspide de su carrera, marca 66 goles en 110 partidos, levanta la Copa de Portugal 1976-1977, dos subcampeonatos de liga, uno de copa. Un eterno líder para el fútbol mundial.
Los tres, la volante de ensueño, regresan a vestirse de blanquiazules cuando ocurre la tragedia del Fokker en el mar de Ventanilla, a pesar de que ya habían colgado los chimpunes.
¡Centro al área y tú tienes el balón!
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